Lider, detective y Chaman.

Lider, detective y chamán 

Raul J. Usandivaras

En este capítulo voy a hablar del rol del terapeuta. El título es un anticipo de como lo veo: es un rol múltiple y polifacético que va del polo del razonamiento inductivo al del pensamiento mágico. Pero vayamos por partes.

El terapeuta debe determinar primero si una persona necesita o no una terapia de grupo; para eso debe ser un buen clínico y poder evaluar toda ia información que le dé su paciente además de los signos que él recoja en las entrevistas. A pesar que habitualmente lo hacemos no es bueno descansar en la indicación hecha por otro colega, por más confianza que nos merezca. Puede suceder que, aunque el paciente necesite un grupo, uno no se sienta con la capacidad o las ganas de ser su terapeuta. Luego debe formar el grupo, seleccionando las funciones necesarias y derivando a los pacientes que no pueda incluir.

En esto vuelvo a mi comparación con el director de orquesta y recordar que el grupo en sí es el instrumento terapéutico por excelencia y que, por lo tanto, debe ser cuidadosamente organizado. Una vez que todos estos requisitos previos se han cumplido el terapeuta comienza a trabajar con su grupo.

Frecuentemente el rol del terapeuta es prescrito más o menos de la siguiente manera: debe ser lo más prescindente posible para evitar verse envuelto emocionalmente con lo que sucede en el grupo, atenerse rígidamente al encuadre e intervenir solamente para dar una interpretación. A esto se agrega, todavía en algunos lados, que sólo debe interpretar al grupo en su totalidad y nunca al individuo. En realidad esto fue lo que se creyó en  cierto momento de la historia de la psicoterapia de grupo que era la manera más adecuada de conducir un grupo. Lo malo es que la experiencia demostró que todas esas prescripciones son nocivas o, en el mejor de los casos, inoperantes. Malan lo demostró en forma indiscutible en una investigación con los pacientes que se habían tratado en grupos en la Tavistock CIinic de Londres cuando allí se usaba esa técnica .Pero esa investigación sólo corroboró lo que la mayoría de los terapeutas de grupo habíamos comprobado al poco tiempo de trabajar de esa manera.

El terapeuta, si bien es el líder natural porque es el que formó el grupo, estableció ciertas normas y lo dirige, es también un integrante más.

Esto quiere decir que no debe quedarse como si estuviera fuera del grupo, mirándolo a través de un vidrio, sino que debe tener una participación activa y comportarse de la manera más natural que le sea posible. Esto no significa que hable de su vida ni de sus sentimientos hacia los integrantes del grupo pero si que pueda hacer preguntas, comentarios y hasta chistes, si se le ocurren espontáneamente. Si bien no debe comunicar sus sentimientos ni emociones al grupo debe darles una importancia muy grande ya que son la guía más segura para descubrir lo que sucede en el nivel inconsciente del grupo. Dicho de otra forma, la contratransferencia es un instrumento privilegiado para la labor del terapeuta. H. Racker describió dos tipos de contratransferencia. La contratransferencia concordante es la identificación de las instancias psíquicas del analista con las del paciente a través de la introyección y la proyección; es la base de la comprensión psicoanalítica ya que permite al terapeuta sentir lo mismo que está sintiendo el paciente. Pero, además es la que produce las ocurrencias contratransferenciales que dan los indicios más certeros para encontrar la pista de la trama inconsciente tanto en el paciente individual como en el grupo. La contratransferencia complementaria es la identificación del Yo del analista con los objetos internos del analizado; por ejemplo, con un Superyo sádico que siente odio y desprecio hacia su paciente. Es la que más perturba la labor analítica hasta que no es comprendida por el analista e incluida en la labor terapéutica.

Utilizar la contratransferencia es lo que hace de la labor terapéutica al so semejante a la del detective de las novelas clásicas del género, como un Sherlock Holmes que recoge todos los indicios que puede encontrar en. una minuciosa búsqueda en el lugar del crimen y luego utilizando un estricto razonamiento inductivo reconstruye los hechos ocurridos. Pero para un amante de las novelas policiales como va es evidente que lo soy, no pasa desapercibido que el buen detective, además de la inducción, descubre finalmente al verdadero criminal utilizando también su intuición. La escena, tantas veces repetida en las novelas de Conan Doyle y en las de Dickson Carr, del detective que en el momento en que las diferentes pistas se han confundido y ha llegado a un punto muerto, de golpe exclama:

“iPero ahora lo veo claro! ¿Cómo no se me había ocurrido?», es muy semejante a lo que le ocurre al terapeuta que también de golpe tiene una ocurrencia que le aclara el enigma.

De esa manera aparecen en la conciencia del terapeuta las “ocurrencias contratransferenciales” -una manifestación de contratransferencia concordante- que son captaciones del inconsciente del paciente. Theodor Reik en su clásica obra «The Surprise and the Analyst’ hace un minucioso estudio fenomenológico de estas ocurrencias que para él, en ese momento cuando no se hablaba aún de contratransferencia, eran la expresión de la comunicación de inconsciente a inconsciente entre analista y analizado y de su adecuada utilización dependía en gran parte el éxito del tratamiento. Lograr el tipo de atención flotante que Reik comparaba con la del cazador que al no saber de antemano de donde volará la perdiz no debía fijarla en nada en particular, es un fenómeno corriente en todo análisis individual. En el grupo, al estar frente a frente con los pacientes, el terapeuta no puede pretender tener la atención flotante, que supone una actitud de cierto recogimiento interior, pero sí es posible estar atento a todo, con una actitud corporal relajada, sin tensión, que permite percibir las ocurrencias contratransferenciales. Cuando sintiéndose bien conectado con el grupo el terapeuta tiene pensamientos que siente como distracciones, porque no guardan ninguna relación con el material, es casi seguro que son ocurrencias contratransferenciales y son pistas que debe seguir hasta que su significado se le haga claro. Se pueden comparar con las ocurrencias que tienen los pacientes con la función de la «percepción inconsciente», ellos son como inconscientes auxiliares del terapeuta que amplían su campo de acción.

Así como las ocurrencias contratransferenciales al manifestarse como imágenes o como frases, son fácilmente manejables, los sentimientos y emociones contratransferenciales, por su misma naturaleza, son utilizables como indicios valiosos del inconsciente de los pacientes solo si no adquieren demasiada intensidad, en cuyo caso impiden pensar y lo único que se puede hacer es soportarlos, como veremos más adelante. Pero, cuando son sentimientos que no impiden pensar, dan pautas muy certeras de lo que están sintiendo un paciente o todo el grupo, sin que lo manifiesten explícitamente. Cuando son del tipo complementario de contratransferencia, los sentimientos que experimenta el terapeuta corresponden a los del objeto interno proyectado en él. Por ejemplo, puede sentir un rechazo no explicable frente a determinados integrantes del grupo, que luego descubre corresponde al que esa persona sufrió de parte del padre y que está reviviendo en este momento de su relación transferencial.

Cuando son sentimientos de la contratransferencia concordante el terapeuta siente, también de manera inexplicable, angustia, temor, atracción física o cualquier otro.

Por lo general se puede diferenciar un tipo de contratransferencia del otro por la actitud corporal, las miradas, los cambios en el tono de voz, que indican, si los pacientes están experimentando sentimientos iguales a los que siente el terapeuta u opuestos.

Más sencillo es, en cambio, distinguir si los sentimientos contratransterenciales corresponden a un paciente en particular porque en ese caso el terapeuta los siente sólo hacia él y no hacia todo el grupo.

Los indicios que suministra la contratransferencia, en sus diferentes formas, son sumamente valiosos pero no es el único camino que tiene el terapeuta para su rol detectivesco.

Otro es el que he llamado el de los «‘temas»: en los primeros instantes de cada sesión es muy común que al terapeuta se le ocurra algo, inducido por los primeros comentarios que hacen los pacientes (les recuerdo el famoso tema del olor a gas) o por una impresión más vaga de la expresión de las caras o de algún gesto. Yo lo tengo muy en cuenta y aunque no lo mencione lo recuerdo durante el resto de la sesión para ver cuándo vuelve a aparecer porque muy frecuentemente es el “tema» central de toda la sesión.

Seguir este tipo de pistas, las contratransferenciales y las del tema inicial, y no perderles el rastro como un buen sabueso, no restarle importancia a ningún detalle, porque todo puede ser importante, siendo simultáneamente un investigador que utiliza la más estricta lógica y un observador intuitivo, esta es la labor detectivesca que tiene que desarrollar el terapeuta de grupo.

Además de ejercer democráticamente y con prudencia su rol de líder, y de ser un detective incansable, el terapeuta de grupo tiene otro rol: el del psicólogo social.

En este rol su tarea consiste en observar al grupo como un pequeño grupo en acción donde debe detectar los roles de los integrantes, los sub-grupos, las posiciones, la trayectoria de las comunicaciones, la manera de comunicarse (además de con palabras muchas veces hay sistemas paralelos de gestos), las alianzas y los antagonismos, incluso debe poder observarse a el mismo como parte del grupo, de la manera más objetiva posible. Esto le permitirá señalar al grupo todos estos aspectos que frecuentemente les son desconocidos casi en su totalidad, así como también todos los cambios que se van produciendo.

Esta función es muy importante no sólo para que los integrantes tomen conciencia de cómo funcionan como integrantes de un grupo, sino también para evitar que al desconocerlos éstos no cambien y se transformen en ro les y sistemas de comunicación fijos.

A la manera de los vendedores ambulantes en los transportes de Buenos Aires, agrego: «Y como si esto fuera poco…»‘ el terapeuta de grupo tiene otro tipo de rol y para colmo totalmente diferente a los descriptos hasta ahora. Es un rol que no van a encontrar en los textos sobre psicoterapia de grupo porque tiene que ver con el cuarto nivel de Foulkes, el nivel Primordial, que no ha sido mayormente tomado en cuenta hasta ahora, pero que a mí se me ha ido haciendo cada vez más evidente en la medida en que me fui internando en el mundo del inconsciente colectivo: de los arquetipos, de los mitos y de los rituales.

La regresión filogenética que experimenta el grupo en la etapa de «communitas» no sólo abarca a los pacientes sino también al terapeuta, siempre que éste no sea del tipo de los que se colocan bien lejos afectivamente y miran al grupo como un conjunto de seres parlantes que emiten «discursos» sobre los cuales, en algún momento, él hará algún comentario. El terapeuta que forma parte del grupo, regresa junto con el resto, al mundo del mito y del ritual y, aunque no lo sepa, se transforma en el chamán. El terapeuta experimentado que tiene un buen contacto afectivo con su grupo hace el rol de chamán a la perfección, aunque no tenga noción de que cuando está interpretando está oficiando un ritual.

Pero como ocurre siempre que uno aprende un conocimiento nuevo no puede evitar ver el mundo con esa nueva perspectiva. Por eso voy a mostrarles cuales son los rituales del grupo terapéutico y cómo el terapeuta hace de chamán.

El reconstruir el mito grupal es una típica función del chamán, que de esa manera pone al grupo en contacto con su inconsciente colectivo. Es una manera de ayudar a que vuelvan a los orígenes y eso, según Mircea Eliade, es el método utilizado por las religiones ancestrales, como entre tantas otras el Hatha-yoga y las escuelas tántricas, no sólo para curar sino también para buscar la eterna juventud.

Pero también recordar el pasado de cada individuo y la historia del grupo, por la fuerza mágica que adquieren las palabras en esa etapa, es un ritual para tenerlos bajo control, encerrados dentro de las mismas palabras con que se dijeron.

Cuando un paciente trae un sueño en uno de mis grupos, pido a todo que asocien con él y lo vamos interpretando en conjunto. Lo venia haciendo desde hace tiempo porque de esa manera me resultaba mucho más productivo el análisis de los sueños, y luego descubrí que eso mismo esto que hacen muchos pueblos primitivos reunidos con el chamán como ritual curativo. Yo también, como podrán ver, funcionaba como chamán, sin saberlo, antes de conocer lo que ahora sé.

Estos rituales, encontrar y narrar el mito de la sesión, volver de esa manera a los orígenes, conocer cómo comenzaron todas las cosas, revivir y controlar el pasado individual y el del grupo, interpretar los sueños en grupos, son todos rituales que hacen al conocimiento.

Muy distintos son aquéllos cuya función es la liberación y descarga de las emociones, es decir, la «catarsis». Pero, además de los beneficios de la catarsis tan bien conocidos por todos, es importante recordar que la palabra griega original, Katharsis, significa purificación y que esto supone limpiarse de las culpas.

Cuando un paciente en un grupo hace una descarga emocional es como si se sacara de adentro, se «limpiara» de sentimientos que lo perturbaban y muchas veces esto también implica confesar una culpa y ser lavado, ser perdonado por sus compañeros y por el terapeuta. Otras veces la catarsis de uno desencadena la de otro u otros y entonces es como si todo el grupo se limpiara de sus culpas en un ritual expiatorio.

El tema de la culpa es muy complejo y rebasa el límite de lo psicológico. Está en el inconsciente colectivo ya que castigos universales como el diluvio con que los dioses castigan a todos los hombres salvo unos pocos elegidos -generalmente es una pareja- aparecen en mitologías de pueblos tan alejados geográfica e históricamente como los hebreos, los sumerios y los griegos, por un lado, y las tribus del Amazonas por el otro.

El arquetipo del Renacimiento condensa el sacrificio del héroe-dios para lavar la culpa de los hombres y su renacimiento libre de todo pecado, con lo cual también se purifica todo el pueblo. En un principio los sacrificios expiatorios eran humanos y morir para salvar a su pueblo era al go sumamente valorado ya que transformaba a la víctima en héroe. Ernest Becker enfatiza que entre los primitivos la culpa es siempre compartida y que sólo el ritual la limpia reemplazando la muerte (la culpa colectiva se manifiesta por enfermedades, calamidades y muerte) por la energía vital: para él, el ritual transforma a cada persona en generadora de vida .

Con Juan Flores. Pucalpa. Peru. Año 2003

De todas maneras aunque sepamos bastante de los mecanismos para aliViar la culpa a nivel colectivo, ignoramos su origen, ya que los mecanismo que conocemos gracias al psicoanálisis, para explicarla a nivel del individuo, no se pueden transpolar al otro nivel, al universal, y según Becker sigue por ahora en el campo de la filosofía y de la religión.

Volviendo a los mecanismos para aliviar la culpa dentro del grupo terapéutico, otro muy importante es el del «chivo emisario». En determinados momentos de la historia de todo grupo surge un chivo emisario en el que los demás colocan sus propias culpas, lo hacen responsable y lo «sacrifican». He puesto la palabra entre comillas para señalar su carácter metafórico: el sacrificio tiene que ser «como si», de lo contrario y esto a veces lamentablemente sucede, el miembro en cuestión es expulsado del grupo.

Si el ritual es adecuadamente llevado, después del «sacrificio» todos quedan aliviados, la víctima es «perdonada» y todo sigue su cauce.

Esto me lleva al tema del carácter lúdico que tienen todos los rituales que se realizan dentro del grupo terapéutico. El volver al «communitas» devuelve a los adultos la capacidad de jugar creativamente que tuvieron de niños y una manifestación de esto es la creación de mitos y su actuación en los rituales. Erikson hace una clara distinción en el juego del niño de su «ritualización», donde lo creativo y la acción dramática es esencial, y su deformación patológica, el «ritualismo» que se manifiesta en la repetición estéril de los mismos actos, que tan bien conocemos por la neurosis obsesiva.

Algo muy distinto es la repetición rítmica de cantos y movimientos, tanto en los rituales africanos como entre los derviches, que por los mecanismos neurofisiológicos que ya mencionamos antes, llevan a los estados de trance y de éxtasis.

El «ritualismo» también puede aparecer en los grupos terapéuticos bajo la forma de la repetición, sesión tras sesión, del mismo tema y de la adopción de roles fijos de todos los integrantes, que se siente contratransferencialmente como aburrimiento y somnolencia. Esto debe ser una señal de alarma para el terapeuta que debe cambiar rápidamente la situación con una actitud mucho más activa para descubrir y poder hacer la interpretación ulterior de lo que el grupo tanto teme para paralizarse de esa manera.

Hasta aquí he hablado de distintos rituales que se producen en los grupos terapéuticos y en los cuales el terapeuta actúa como chamán (aunque no lo sepa) como son la búsqueda de los orígenes, la recreación de mitos, la interpretación colectiva de los sueños, la catarsis y el sacrificio del chivo expiatorio.

Pero también se puede ver todo el proceso terapéutico grupal como un ritual, como un viaje iniciático: una larga y peligrosa travesía por el laberinto del inconsciente colectivo, bajo la guía del terapeuta como chamán.

Después de afrontar innumerables riesgos, de pasar por difíciles pruebas, de perder todas las máscaras y disfraces con que se ocultaban ante los de. des y ante sí mismos, de reconocer públicamente sus errores y sus culpas, de tener que dejar de lado su orgullo y sus prejuicios, de vencer sus miedos y sus inhibiciones, desnudándose, como nunca lo hicieron, ante los demás, llegan al final de la travesía para renacer como «hombres nuevos» con una identidad definitiva y logrando la individuación que les permite volver a la estructura social como personas maduras.

Para ser un buen guía en todo este proceso el terapeuta debe pasar previamente por uno similar: análisis individual y análisis de grupo. Como no siempre es posible ambos, lo más indispensable es haber hecho un recorrido completo en un grupo terapéutico. No hay ninguna otra manera de aprender si no es pasando por la experiencia; de lo contrario uno nunca dejará de ser un mero «aprendiz de brujo». Viene muy al caso lo que dice Mircea Eliade de la formación de los chamanes: «Por de pronto no es exacto que los chamanes sean o deban ser siempre neurópatas: un gran número de ellos gozan por el contrario, de una perfecta salud; por otra parte, los que estaban enfermos, entre ellos, se volvieron chamanes justamente porque lograron curarse» (. . .). «La obtención del don de chamanizar presupone justamente el desenlace de la crisis psíquica desencadenada por los primeros síntomas de vocación. La iniciación se traduce, entre otras, por una nueva integración psíquica”. ¿No es este el camino de la vocación y de la formación de la mayoría de los terapeutas actuales?

Ver el proceso terapéutico grupal como un ritual y al terapeuta como un chamán es una deducción lógica de mi experiencia clínica y de la elaboración posterior con la lectura de los autores que he mencionado. He tratado este tema más extensamente en una conferencia que di hace poco, pero después, con gran sorpresa, me encontré con un número de la revista «Zygon» – dedicado totalmente al tema del ritual a partir de los trabajos de Victor Turner que lo encabeza con un trabajo que cité más arriba- donde aparece un artículo de Robert L. Moore titulado nada menos que «Contemporary Psychotherapy as Ritual Process: An Initial Reconnaissance», es decir, casi la traducción literal del título de mi trabajo al inglés.

Moore es psicoterapeuta y profesor de psicología y religión en Chicago.

Su interés en el tema comenzó al tener varios pacientes pertenecientes a sectas ocultistas contemporáneas que lo llevó a interiorizarse de los rituales de esas y otras sectas religiosas menores. Así encontró que allí, en los Estados Unidos, una gran mayoría de la gente de escasos recursos, recurre a la única psicoterapia que les es accesible, tanto económica como culturalmente, los rituales de las diferentes religiones. Por lo visto en ese sentido no hay grandes diferencias entre ellos y países como el nuestro, como es conocido por todos. Con mirada muy lúcida estudia desde esa perspectiva los distintos tipos de psicoterapia que se practican en la actualidad desde los grupos de encuentro hasta la terapia familiar y el psicodrama, encontrando en todos distintas formas de los rituales tradicionales. Al referirse a los grupos terapéuticos ve en el establecimiento de un marco temporo-espacial estable donde se desarrolla toda la interacción de los integrantes entre sí y con el terapeuta, la característica que comparten todos los rituales. Ve a la transferencia, siguiendo ideas de Kohut, tanto en el psicoanálisis individual como en las terapias grupales, como un proceso terapéutico en sí, al poder delegar el paciente temporariamente en la persona idealizada del analista, sus necesidades infantiles insatisfechas de tener de quien depender, a quien obedecer y quien lo contenga; le permite desestructurarse para luego volverse a integrar como persona autónoma y madura.

Este apretado resumen del interesante artículo de Moore me recuerda que aún no he mencionado algo que comencé a estudiar hace muchos años que es la noción de espacio y su evolución en el niño y en el primitivo.

Aquí sólo me interesa hablar de los tipos de espacio que surgen en el grupo en la etapa de «communitas»: por un lado dos espacios bien diferenciados y estables, uno el del cuarto de análisis que se vuelve un «espacio sa-grado» y otro, el mundo de afuera, que es el «espacio profano». El «espacio sagrado’ donde se reúne todo el grupo con el terapeuta, adquiere características mágicas y allí se realizan todos los rituales de los que venimos hablando. Los pacientes lo expresan con comentarios como: » ¡Qué distinto me siento cuando entro aquí. .. se me va toda la «palma’ del día y es como si me despertara!». O si han estado unos minutos antes de la hora reunidos en la sala de espera y charlando animadamente, al entrar al consultorio se hace un silencio inicial que marca que han pasado a un ámbito distinto del de afuera. El cuarto de análisis se vuelve como el recinto sagrado de muchos pueblos indígenas donde se reúnen todos con el brujo de la tribu para efectuar los rituales y donde todo lo que se dice adquiere un carácter sacro.

Pero también el espacio sagrado grupal se divide en espacios menores que tienen un significado especial. Así está el asiento del terapeuta que se transforma en una especie de sitial que nadie más que él puede ocupar, el lugar que llamo el «escenario’ donde se sienta el que tiene una necesidad urgente de hablar en esa sesión, ya sea para plantear un problema o porque finalmente decidió decir algo que nunca se había animado, el «banquillo de los acusados que es ocupado por el «chivo emisario» y por eso también lo llamo «el altar del sacrificio» y luego los lugares «personales» estos son los que ocupa cada miembro durante un cierto tiempo y que los demás, si llegan antes, respetan cuidadosamente. Tienen relación con los roles temporarios que van teniendo los integrantes y son comparables a los «espacios totémicos» que ocupan de manera estable dentro del territorio de cada tribu, los miembros de cada totem.

Haberles dicho que el terapeuta de grupo debe ser un líder, un detective, un psicólogo social y un chamán puede ser tomado como una tarea tan difícil -la tarea imposible de la que hablaba Freud- que para cumplir. la hay que ser un superhombre, un genio y además que para aprenderla hay que pasarse una cantidad enorme de tiempo al lado de un maestro, como los discípulos de un gurú. Y esto es justo lo contrario de lo que pienso.

Creo que en la enseñanza de la psicoterapia de grupo ha habido un exceso de normas, de prohibiciones, una exageración de los riesgos, de lo catastrófico que puede ser para el terapeuta novel comete un error y una idolatría del encuadre, que ha producido no sé si en todos pero sí en gran parte de ellos, la formación de un Superyo profesional tan severo que les ha hecho muy angustiosa la tarea terapéutica y en la medida que pudieron liberarse de él, lo ocultaron como si hubieran cometido una herejía.

Casualmente uno de los motivos para escribir este libro era poder sino desarmar -¡A tanto no llega mi omnipotencia! – por lo menos atenuar esa imagen y en este momento temo, como si hubiera surgido un Superyo reprimido, que me haya salido el tiro por la culata. Trataré de decir sucinta y claramente lo que pienso respecto al rol del terapeuta y a su formación profesional.

Pongo como requisitos básicos en primer término el propio análisis personal del futuro terapeuta, y preferentemente en un grupo terapéutico y en segundo término una formación teórica a nivel universitario o de post-grado, en psicología dinámica de orientación psicoanalítica, en psicopatología y en psicología y psicoterapia de grupo. A esta altura el lector se preguntará qué diferencia hay entre lo que yo digo y lo que se viene haciendo desde hace años.

La diferencia es sutil pero grande y radica en la forma de enseñar y especialmente en los controles o supervisiones clínicas. No se puede pretender que un terapeuta en formación esté pendiente de si lo que va a interpretar va a ser aceptado o rechazado por su control y al mismo tiempo esté en condiciones de sentir su contratransferencia y poder distinguir el temor al grupo del temor a la supervisión. Recuerdo haber visto, haciendo controles, a terapeutas tan temerosos de equivocarse y al mismo tiempo de quedarse callados toda la sesión que cuando interpretaban lo hacían en voz tan baja que los pacientes no los oían (esto lo descubría al hacer. los dramatizar la sesión durante la supervisión). A mí no me gusta supervisar y cuando lo hago prefiero los controles colectivos porque así se puede dramatizar el material clínico y de esa manera, por un mecanismo que no he terminado de comprender, reproducir vivencialmente la sesión. Por un fenómeno extraño las personas que dramatizan a los pacientes, teniendo por lo general datos escuetos y básicos de cada uno se comportan de una manera similar a la de los pacientes verdaderos y lo que es más notable, sienten a veces de manera muy intensa las emociones y sentimientos de aquellos. De esta manera se puede comentar el material como si todos hubiéramos estado presentes en la sesión y más aún, ya que algunos incluso estuvieron identificados con pacientes.

Pero, aún así, el supervisor no estuvo presente en la sesión ni dentro del pellejo del terapeuta y, por lo tanto, sólo puede comentar aspectos del material pero no «juzgar» si el terapeuta estuvo bien o estuvo mal, si tendría que haber dicho tal cosa en lugar de tal otra, etc. Este estilo de supervisión es responsable en gran parte de la creación de ese Superyo persecutorio del que les hablé.

Otro responsable de eso mismo es lo que mencioné más atrás como «la idolatría del encuadre». Se entiende por encuadre el conjunto de convenciones y normas que el terapeuta propone y el paciente acepta al comenzar un tratamiento. Supone fijar horarios, el monto y modo de pago de los honorarios, si el paciente pagará siempre las sesiones que falte o si en determinadas circunstancias será eximido de hacerlo, etc. Algunos terapeutas agregan toda una serie de otras normas: por ejemplo, algunos establecen que si no hay más de dos pacientes presentes no comienzan la sesión, que no se puede fumar en el consultorio, que en ningún caso pueden darle una entrevista individual al que la solicite, que los honorarios deben ser pagados en conjunto y no individualmente, que si un paciente falta más de tres veces seguidas es automáticamente dado de baja del grupo y muchas otras. Por lo general, las reglas del encuadre dependen del lugar donde se ha formado el terapeuta y si son modificadas o refrendadas por los controles. El sentido del encuadre es darle al paciente un marco temporo-espacial estable: que sepa que puede contar con el terapeuta y el grupo tales días y en tales horarios y también dejar en claro el asunto de los honorarios para evitar malos entendidos ulteriores. Pero, de ninguna manera, debe transformarse en algo inamovible que esté por encima de la finalidad de la terapia que es ayudar a los pacientes.

Algunos trabajos sobre pacientes con rasgos psicopáticos que buscan romper el encuadre constantemente y frente a los cuales el terapeuta debe mantenerse firme, han creado la idea, por una falsa generalización. que e to es lo más frecuente.

Si bien la puntualidad es importante, mas aun el terapeutas que en. los Pacientes, que alguna vez se demore el comienzo de la sesión unos minutos o que se  se prolongue también unos minutos, por alguna circunstancia especial de esa sesión, no es nada catastrófico. Que el grupo no tenga sesión si  no llega a determinado número de pacientes me parece injusto para los que estan presentes y Yo comienzo la sesión hasta  la hora convenida aunque haya un solo paciente; esto no solo me parece razonable sino que las pocas veces que ocurre suele aportar una material muy Valioso. También cuando creo que un paciente necesita una entrevista individual por alguna situación crítica no sólo se la doy si me la pide sino que se la ofrezco aunque no la haya pedido. En una palabra, creo que el encuadre debe estar al servicio de los pacientes y por lo tanto debe dar seguridad y no constituirse en una especie de ley superior a la cual hay que someterse.

Me parece lógico que cada terapeuta así como tiene su estilo, establezca un encuadre propio, pero que sea algo razonable y que lo sienta como parte de su relación con los pacientes, que depende sólo de él modificar cuando lo crea conveniente.

Aunque los distintos roles del terapeuta de grupo se superponen, así como los cuatro niveles que distingue Foulkes existen simultáneamente, según los momentos del grupo o de la sesión pueden predominar los fenómenos de un nivel y obligar al terapeuta a desempeñarse siguiendo más uno de sus roles.

Cuando predominan los fenómenos del nivel transferencial, el terapeuta deberá estar más atento a las manifestaciones de las transferencias cruzadas que se establecen entre los pacientes y de ellos con él; su función será sobre todo interpretativa. Aunque habría muchísimo para hablar de este instrumento privilegiado que es la interpretación, quiero sólo aclarar algunos conceptos básicos. Durante bastante tiempo hubo una agria polémica entre dos tendencias en terapia de grupo: la «americana» que sostenía que había que interpretar sólo individualmente, a cada integrante, y la «‘inglesa» que decía que sólo eran operantes las interpretaciones al grupo en su totalidad, nunca a sus integrantes aislados. En realidad ambas eran erróneas por ser tan dogmáticas. Si el grupo es un «sistema», como tanto se repite últimamente y con razón, es indistinto interpretar al grupo en totalidad o sólo a una parte, un integrante, ya que cualquier cambio que experimenta la parte de un sistema afecta a la totalidad. Lo que sí no es indiferente es si, por ejemplo, un paciente trae la queja de que en la sesión anterior el terapeuta no le dijo nada sobre el problema personal que había traído, interpretar que «el grupo» se está quejando de que el terapeuta no le dió nada. Con toda razón los demás se van a sentir incluídos en algo que no les pertenece. Es decir que no hay que atarse a esquemas teóricos sino actuar con sentido común: si uno, como terapeuta, cree que lo que dice un paciente expresa algo de varios o de todo el grupo, lo explicita diciendo que aunque es fulano el que ha dicho tal cosa tiene la impresión que por él están hablando todos. En cambio si uno tiene la impresión que Juan, por poner un nombre, está planteando algo bien personal, se lo interpretará a él y no incluirá a los otros. Aunque es mi estilo personal yo prefiero dirigirme a las personas en particular, nombrándolas, como hago en cualquier grupo no terapéutico, pero agregando, si así lo veo, la relación que tiene lo que ha dicho con tal o cual situación que atañe a todos.

Otra cosa que quiero aclarar es que no creo en las interpretaciones»completas» en los grupos; son tantas las variables en juego en cada instante que considero imposible abarcar a todas y menos hacer una síntesis de la totalidad.

Theodor Reik decía que cuando un colega afirmaba que había comprendido totalmente una sesión -y se refería a una sesión psicoanalítica, es decir, a un solo paciente- no le creía porque no consideraba que eso fuera posible para nadie. Cuanto más aún es esto válido si lo trasladamos a un grupo donde las variables son tantas que corresponde más hablar de haces de variables.

Por lo tanto, es muy importante que el joven terapeuta no intente hacer interpretaciones «completas porque siempre quedará frustrado al pretender un imposible. El trabajo interpretativo es una tarea de hormiga, de modestia y constancia, donde poco a poco con interpretaciones «parciales» logrará hacer consciente aspectos inconscientes del grupo y sus integrantes.

Algo que dificulta enormemente la tarea de los terapeutas noveles es el considerar que lo único que puede hacer es interpretar. Esto lleva a que fuercen interpretaciones que no tienen ninguna relación con el material o que se queden en silencio gran parte de la sesión. La interpretación es sólo una de las formas, si bien privilegiadas, que tiene el terapeuta para comunicarse con el grupo, y en realidad es la menos frecuente en cualquier sesión habitual. El terapeuta puede y debe comunicarse con el grupo de la manera más natural para él, haciendo preguntas, comentarios y hasta advertencias y explicaciones. Por ejemplo, sintetizar a la manera de confirmación el consejo que todo el grupo le da a un paciente, es algo perfectamente lícito y generalmente muy útil. No hay que olvidar que el terapeuta es muchas veces la confrontación con la realidad que tiene todo el grupo.

No se debe temer empañar la pureza de la técnica con este tipo de intervenciones por parte del terapeuta. El terapeuta que sólo busca tener una técnica «depurada», es decir, solo interpretar y de manera brillante todo lo que ocurre en cada sesión, podrá llegar a publicar artículos con material clínico apabullante pero le ocurrirá lo que decía Racker comparándolo con los cirujanos: «la operación fue brillante pero el paciente murió»

Pasemos ahora a la conducta del terapeuta cuando el grupo está fundamentalmente en el nivel Proyectivo, es decir, cuando el fenómeno predominante es la identificación proyectiva. Como lo describió muy claramente Mario Marrone en varios trabajos aquí lo único que puede hacer el terapeuta es aguantar el impacto, a veces terrible de las proyecciones masivas. Esto ocurre frecuentemente cuando hay un paciente «borderline» en el grupo y lo realmente terapéutico para este tipo tan difícil de enfermos, es comprobar que tanto el terapeuta como el grupo en su totalidad no se desintegran bajo el impacto de su odio y su agresión. Muchas veces los pacientes de este tipo recién se descubren en pleno tratamiento y el signo más inconfundible es la intensidad del impacto contratransferencial que producen. El grupo es el tratamiento de elección para los «borderline» porque difícilmente perduran en un psicoanálisis individual, tanto porque ellos no lo aguantan como porque aún para el analista más avezado se transforma en algo imposible de soportar. Esto se debe a que en el grupo, por el fenómeno de la dilución de la transferencia, el impacto contratransferencial se reparte entre el terapeuta y otros pacientes y así se hace más tolerable.

El nivel Primordial, como los otros, está siempre presente pero se hace más evidente cuando se calman las grandes tormentas que se producen en las crisis del nivel Proyectivo o en los momentos culminantes del nivel Transferencial. Aquí es donde el terapeuta debe adoptar su rol de chamán que, por ser el menos conocido, trataré de ejemplificar mejor. Una paciente, que llamaré Silvia, tuvo durante una sesión un ataque de asma. A la sesión siguiente otra integrante, Susana, que nunca había tenido esos sintomas, comienza a tener dificultades semejantes para respirar. Los demás comentan con asombro: «¡Como si se hubiera contagiado de Silvia». Yo sugiero que para que ella se haya «contagiado el asma de Silvia debe de haber algo en común entre ellas. El grupo toma mi sugerencia y entre todos comienzan a buscar qué puede ser, con la participación activa de ellas dos. Silvia se estaba debatiendo entre sus deseos de irse de su casa, a vivir sola, y su gran dependencia de su madre que hacía de todo por retenerla.

Susana parecía muy independiente de ambos padres y vivía con su marido lejos de ellos. Pero detrás de esa autonomía ella misma fue descubriendo su gran dependencia, especialmente de su madre, a quien no podía perdonar su franca preferencia por un hermano varón. En un principio la reacción «asmática de Susana parecía un claro ejemplo de magia contaminan te: el gran afecto que existía entre ambas hizo que una se «contagiara» el síntoma de la otra. Pero, una vez que entre todos analizamos la situación aparece más bien como una manifestación de magia homeopática: la semejanza de fondo entre ambas por la dependencia de la madre produce la misma consecuencia el ataque de asma. Mi intervención «chamánica» apuntó solamente a buscar qué otro elemento además del «contagio» estaba actuando e hice intervenir a todo el grupo en la búsqueda: «intervenir respetando y desde el pensamiento mágico» , en lugar de haber interpretado desde el primer momento la identificación de Susana con Silvia, cosa que hubiera sido cortar de raíz la idea del «contagio mágico y no sé si hubiera llegado sin la colaboración de todo el grupo a descubrir en la sesión la analogía que existía entre ambas. El otro aspecto de mi rol fue hacer intervenir en la tarea de descubrir el significado del síntoma a todo el grupo, como también hago en el análisis de los sueños y que constituye en sí un ritual, como cuando se reúne toda la tribu con el chamán, para descifrar un sueño o buscar qué relación tiene el síntoma de uno de ellos con la relación con un antepasado: son rituales curativos buscando la causa primera del mal. La única diferencia radica en la explicación final del mecanismo causal: para el verdadero chamán el síntoma se debería a un mal producido por la madre por no haber sido debidamente tratada por la hija y para mí, a una dependencia culposa de la hija por todo su resentimiento hacia la madre que la «ahoga» y no le permite crecer.

El rol chamánico del terapeuta no es ostensiblemente distinto al que todos están acostumbrados a ver y a hacer sino que consiste sobre todo en reconocer las rituales que surgen espontáneamente en el grupo, respetarlos y apoyarlos hasta que se llegue a la culminación del mismo. Cuando alguien se»confiesa de un hecho que le daba mucha culpa y todos los otros intervienen justificándolo o haciendo comentarios para aliviar la culpa yo no intervengo más que haciendo comentarios breves e intrascendentes para mostrar que acompaño al grupo y que no desapruebo su actitud. Lo mismo hago cuando la «confesión» de uno produce confesiones en serie porque aquí el ritual es el de la confesión colectiva que tengo que ayudar a que se complete y llegue al final, Algo muy similar sucede con los rituales funerarios: cuando un integrante trae la muerte reciente de un ser querido lo habitual es que, si no se puede desahogar, el grupo busque la forma de que lo haga , lo que generalmente se manifiesta por el llanto del densa de el consuelo de sus compañeros.

Otro ritual es el castigo al trasgresor de las normas básicas que cada grupo tiene para para si, Por ejemplo, un paciente descalifica constantemente la terapia y los logros de los otros diciendo que no le parecen sinceros los recuerdos infantiles que relatan ni los cambios positivos que dicen haber tenido y que para el son todas falsedades para quedar bien con el terapeuta.

También dice que en general toda la psicoterapia es un gran «camelo»y los analistas unos embaucadores, salvo el terapeuta que es «el único serio Que conoce». Todos estos comentarios los dice en un tono jocoso que hace que todos se rían en lugar de enojarse. A todas mis interpretaciones de su envidia hacia los logros de los otros y hacia mí, de su rivalidad con todos los hombres del grupo y otros temas similares respondía invariablemente:

«Si Ud. lo dice Dr. debe de ser así, pero sinceramente yo no lo veo». En la sesión del ritual al que me voy a referir comienza a hablar este paciente, Francisco, diciendo que tuvo una conversación con su mujer en la cual ella le pidió que la acompañara más y la apoyara en la educación de los hijos, a lo que él respondió con un sarcasmo y se fué a trabajar. Había contado muchos episodios parecidos a este ya que su desatención con la familia era una actitud crónica. Esta vez yo sentí contratransferencialmente mucho fastidio y tuve la convicción que era el sentimiento que el resto del grupo sentía pero no podía expresar. Me dí cuenta que no podía seguir permitiendo que Francisco continuara con su actitud destructiva hacia el grupo y hacia la función terapéutica misma, con el mismo sarcasmo y desprecio que tenía hacia su mujer. Ya que, el grupo al igual que su sometida esposa no podía ponerles límites, tenía que ponérselos yo. Hice entonces toda una recapitulación de la conducta de Francisco desde que había entrado al grupo -hacía más o menos un año- destacando su agresión corrosiva hacia todos y hacia la terapia, incluyéndome a mí, relacioné esta actitud con la que a través de sus comentarios sabíamos que era igual a la que tenía con sus padres, su mujer y sus hijos. Destaqué la actitud de sometimiento de todo el grupo hacia él que, con el pretexto de no tomarlo en se-rio, se reían de sus chistes pesados que en realidad la mayoría de las veces eran francamente crueles y dirigidos hacia aquéllos que sabía que no le iban a «parar el carro». Señalé como otro de los hombres del grupo, Ruperto, era el representante más acabado de la actitud de todo el grupo hacia Francisco: era el primero y el más entusiasta para aplaudir los supuestos «‘chistes» de Francisco a pesar que muchos estaban dirigidos hacia El. Todo esto que duró mucho más tiempo que mis intervenciones habituales lo dije en un tono muy pausado mientras no se oía volar una mos. ca, ya que todos escuchaban en un silencio absoluto. Yo tenía plena conciencia de que estaba haciendo el ritual de darle un castigo ejemplar al miembro del grupo que se había vuelto un serio peligro para la prosecución de la tarea. Cuando terminé de hablar se hizo un corto silencio y luego, poco a poco, comenzaron los comentarios tipo: «¡Como se la dio, eh!». Pero casi enseguido retomaron lo que yo había descripto pero desde la posición de cada uno, en un «crescendo progresivo hasta que todos pudieron decirle a Francisco cómo se habían sentido agraviados, maltratados y heridos por sus comentarios. Ruperto, que tenía «insight», de golpe se dió cuenta cómo había hecho una relación masoquista con Francisco, repetición de otras de su historia personal.

Yo, como terapeuta-chamán, había colocado al miembro que constituía un peligro para el grupo en la picota y le había aplicado un castigo que luego continuaron todos los demás. La sesión terminó con un clima general de «al fin pudimos», salvo Francisco que, por primera vez, acusó el golpe, no pudo responder con sus sarcasmos habituales y se fue pálido y sin su infaltable sonrisa. Esta sesión fue muy importante para todo el ,grupo y aunque no terminó definitivamente con el sadismo de Francisco, fue el comienzo de su cambio que permitió que siguiera en el grupo con una actitud muy distinta a la que había tenido hasta entonces.

Otra función «chamánica» es armar el mito grupal del material que van trayendo los pacientes, como ya describí antes. Sólo quiero agregar que, lo mismo que sucede con las interpretaciones, muchas veces termina la sesión y no pude descubrir el mito; el mito grupal equivale a una interpretación «sui generis» de la fantasía inconsciente grupal y ninguna de las dos cosas, ni una interpretación muy abarcativa ni un mito grupal completo son fáciles de lograr. Por lo general me resulta más fácil hacerlo releven-do después de la sesión el material y no en la sesión misma pero creo que esto se debe a que no tengo aún la suficiente práctica para descubrirlo.

Los temas míticos que más he encontrado en mis grupos, hasta ahora, son los que se refieren al arquetipo del Espíritu puesto en mí, tanto como el anciano sabio que salva y guía o como el brujo, el Demonio, etc. y finalmente el arquetipo del Anima pero en su versión negativa, la de las mujeres temibles, como las sirenas, que atraen a los hombres para destruirlos y que produce la división del grupo en dos bandos: los hombres que se protegen y temen a las mujeres.

Con esto termino este capítulo cuyo título va a ser el del libro porque considero que es su tema central. En el último volveré sobre el papel del terapeuta pero como síntesis final y consejos, por lo tanto espero haber podido transmitir en este capítulo al lector, futuro o novel terapeuta, que su trabajo encierra una gran paradoja: por un lado tiene tantas facetas que parece una tarea imposible pero por el otro es algo que se hace sin mayor esfuerzo porque dos grandes dioses (O serán diosas?) lo guían hacia la meta: el grupo mismo, como embarcación segura, y su propio inconsciente que a través de la intuición, le hace de brújula que indica el rumbo.

Por último quiero decirle al imaginario lector que pocas veces una tarea produce tanto placer y tanta fascinación como el trabajar con grupos terapéuticos.

Notas

  1.   MALAN, David et al.: «Group Psychotherapy. A long term follow-up study»
  2. Arch. Gen. Psychiat., 1976, 33, pág. 1303.
  3.   REIK, Theodor: «The Surprise and the Analyst», Kegan Paul, London, 1936.
  4.   Becker, Ernest: «The Denial of Death», The Free Press, New York, 1973.
  5.   Erikson, Erik H.: «Toys and Reasons. Stages in the Ritualization of Experien-ce». W.W. Norton & Company, Inc., New York, 1977, pág. 90.
  6.   Eliade, Mircea: «Mitos, sueños y misterios’, Compañía General Fabril Edito-ra, Buenos Aires, 1961, pág. 98.
  7.   «El Proceso Terapéutico como Ritual, en el VI Encuentro de Psicodrama,
  8. Buenos Aires, setiembre, 1983.
  9.   «Zygon», Vol. 18, No. 3, September 1983, pág. 283
  10.   Usandivaras, Raúl J.: «Del Juego del Carretel a la Cúpula Barroca». Trabajo presentado en 1967 en la Asociación Psicoanalítica Argentina.
  11.   MARRONE, Mario: «Notas acerca del nivel proyectivo en Grupo-análisis»

Acta Psiquiát. Psicol.Amer. Lat. 28, 319-327, 1982.

MARRONE, Mario: «La psicoterapia grupal del paciente fronterizo», Rev. Arg. de Medicina Psicosomática, XIX, N° 39, 10-15, 1982.

MARRONE, Mario: «Grupo-análisis: Niveles Transferencial y proyectivo», Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, Tomo VI, No. 2 (en preparación):